martes, 5 de julio de 2011

Final abierto

Tenía los ojos fijos en los pies mientras daba largas zancadas, porque estaba oscuro, el suelo era desparejo y con saltos rocosos que me hacían tropezar.
Pero, aunque el camino hubiera sido alisado y pulido, dudo que hubiera sido capaz de levantar la mirada. Mis hombros parecían desplomarse al unísono.
Qué manera tán extraordinariamente estúpida de perder el tiempo!
Por primera vez ese trayecto tán familiar se me había hecho corto.
Aparecí, sin aliento, en la puerta. No quería asustarlo. Me interrumpí para evaluar qué aspecto daría en ese momento. Enarqué una ceja dirigida al espejo de mano que sostenía elevado. Qué importaba mi fachada? Mi cara redondeada tenía una expresión dulce, nada alarmante. Mis pupilas dilatadas, en desacuerdo, se rehusaban a entonar.
Me giré y observé mi cuerpo a la luz de las estrellas. Tenía las manos arañadas y resquebrajadas, pero eran hermosas bajo las imperfecciones superficiales. La piel tenía un saludable color crema, blanqueado por la luz. Agité los dedos y observé los músculos empujar con gracia los huesos, creando curiosos dibujos. Los estiré y dejé danzar sobre mí, ahí donde se volvían negras y fluídas las sombras contra las estrellas.
Me los pasé por el pelo, que me llegaba casi hasta la cintura. Me gusaba así, brillante y suave. Estiré los brazos tanto como pude, tirando de los tendones hasta que algunas articulaciones crujieron. Los sentía fuertes, pero también eran suaves. Podían abrazar a un bebé, consolar a un amigo, amar... pero eso no era para mí.
Inspiré profundamente, y manaron lagrimas que se desparramaron contorneando la mandíbula hasta perderse entre el pelo. Quería correr. Quería hacerlo descalza, para sentir la tierra abajo de los dedos. Quería sentir el viento volar a través del pelo. Quería que lloviera mientras corría para poder oler la tierra húmeda.
Cerré los ojos y acaricié mis párpados.
Nunca lo había ansiado tánto. Y lógicamente, a él sería a quien tendría que abandonar.
La ironía me hizo reír, y me concentré en sentir el aire que pasaba dividiéndose en burbujas, desde el pecho hasta la garganta. La risa era una brisa fresca que limpiaba todo en su camino desde el interior, hacía que todo esté bien.
Me toqué los labios y recordé qué sentía al besarlo. Fué demasiado corto, e importante. Fué el que más me rompió el corazón.
-Un póco más de tiempo, sería mucho pedír?
No, tomate el que quieras.
-Nunca sabés cuanto queda.
Le contesté. Pero lo sabía perfectamente. Sabía cuanto tiempo tenía, no podía tomarme más. Se había acabado. De cualquier manera, me iba a ir. Tenía que ser yo misma.
Con un suspiro cargado de preguntas, me levanté. Había muchas cosas para decir, pero nada más para hablar.
Colocó su mano sobre mi hombro, para luego pasar el brazo libre alrededor de mi cintura. Me llevó unos segundos procesarlo. No estaba segura de qué objetar... así que no lo hice.
Enlazandome con lo que sólo podía ser considerado un abrazo. Cuanta nostalgia. Lo había perdido? No lo sabía, pero así lo consideraba.
Aquel gesto suyo me llevó a preguntarme cuánto habría adivinado. Siempre supo leerme, cual libro abierto.
Mi mente cansada hacía que mis pensamientos serpenteasen y se confundiesen.
Sus comisuras se elevaron esbozando una mueca que hizo que yo también sonriera. Nada tenía sentido, y voy a seguir prefiriéndolo así.

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