sábado, 18 de febrero de 2012

La muerte de la musa

No depende de la voluntad.

Es él, de golpe, con toda su fuerza, con el arco de su boca, y las flechas afiladas de las palabras que me revolea, idealizandome como el enemigo.
Mis anticuerpos no funcionan en estos casos... sé que me hace mal, que si sigo me va a enfermar... me va a enfermar, Patricia, no le encuentro la vuelta... Sí, ya sé,

¿de qué me sirve evocar los revoques ya caídos de una musa muerta?...
Su cadáver me fascina casi tanto como el resplandor que tuvo su vida... me obnubila desde un perfil tétrico y plomizo... la fascinación acaramelada y tan espesa que solo puede cobrar matiz al estar empapada de dolor. Su atractivo punzante, centrarme en sus ojos, en el movimiento de su espalda al caminar, en el perfil de esa sonrisa, que tiene dientes de flechas, sus dientes de leche lo abandonaron hace quien sabe cuanto,... no tiene idea, no tiene.

A esta flor apelmazada entre páginas de un libro desgastado y mordisqueado por el paso del tiempo, tan olvidada de sí misma como las cartas que se esconden en el placard, debe dolerle lo que a mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario