sábado, 11 de febrero de 2012

Amor sin un sonido

Acá adentro tengo un no sé qué, casi tán espeso y grisaceo como el humo. Voy escalando sus peldaños, que se tornan cada vez más altos y empinados, y giran en un vórtice vertiginoso hasta que empiezan a surgir enredaderas de por medio, fuertes y arraigadas en sus troncos, ensimismándose en una bruma con olor a encierro, fatigado olor a encierro con un dejo de consciencia a eternidad.
Los mismos laberintos se internan y recorren mis venas, y todo es una misma cosa que no puedo separar.
Cada pensamiento en un extremo al que no puedo llegar, necesito apilarlos, necesito encontrar las palabras para sentirme mejor.
El viento aleja a las mariposas.
La frialdad excesiva adormece en negrura a los rosales.
Los mismos árboles cierran sus ojos y dejan caer lo más hermoso que tienen ante semejantes iniquidades.
Solo nosotros seguimos implacables, inconformes y estáticos, sentados en los extremos de una mesa que día a día crece, se ensancha y amplía la envergadura entre nuestras alas y nuestros picos.
Lejos. Hablando sin decir. Gritando sin modular. Transmitiendo sin comunicar. Codificándonos dentro de jaulas y paneles de vidrio, más ensimismados y convencidos de tener la razón sobre el otro, en la marginación de la soledad de a dos.

Difícil, fácil, difícil, fácil, relativo, acción, reacción, ciclotimia. Basta.

Tantas cosas son soportables. Tantas cosas uno cede cediendo, queriendo sin querer.
Pero no puedo seguir soportando que me hables de amor sin un sonido.

Una vida sin cadencias, desprovista de los acordes del viento y los arpegios en cada paisaje. Eso es la soledad de a dos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario