miércoles, 14 de septiembre de 2011

Resonancias Nocturnas

Nuevamente los mártires reflejos se incrustaban en el grís de mi espalda. La voz, ésta voz opaca y fatigada que flotaba en el ambiente impregnándolo de extrañesa, era un vago sonido hueco que jamás hubiera reclamado como propio. Se revolvían incómodas, desde la cúpula de mis dedos hasta los últimos trazos de un boceto de texto de pasiones cloroformadas.
El habano, minúsculo corazón de pausado latir, encendía a intervalos irregulares las facciones casi inmóviles y melancólicas.
Una risa fresca y alegre, que parecía compuesta de fragmentos de vidrio, resonó en mi mente. "Ella parece haberlo olvidado todo". Es natural. Yo misma a veces me sorprendo riendo, pensé en menor frecuencia, como avergonzada.
De nuevo esa risa filosa... creció hasta envolverme, y luego ensordecer y disiparse hasta que sus últimas vibraciones se sintieron como un levísimo estremecimiento en mi piel.
Una frialdad involuntaria presidía la cena. De noche la casa parecía crecer pese a las luces. Crecer, y volverse hostíl, encerrarse en sí misma, recaer en oscuras meditaciones.
Me dispuse a retirarme. Allí, con la cabeza hundída entre los hombros tratándo de sacudirme el desasosiego que brotaba de todas las cosas a mi alrededor, aquella fábula de demencia grabada en el corazón de las cosas.
Sueños se interpolaron en la mazisa realidad de los pilares, las cajas apiladas y las cortinas, sin alterarlos ni modificarlos.
Casi percibía como un peso físico su mirada de soslayo sobre mí, con fingida indiferencia.
"Hoy es 14", murmuró. Arrasó las piezas de mi ensueño con su voz silábica y desagradable.
Sin volver la espalda, en la habitación oscurecida volvió a escucharse el ágrio eco de su risa.

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