domingo, 4 de septiembre de 2011

Ella y sus pesadillas

Y te digo que me la rebusqué. Pero cuanto más esfuerzo y empeño ponés en tratar de que algo sea perfecto, moldeándolo hasta en el último detalle, con excesiva y drástica prolijidad en corregir y suavizar cáda uno de los ápices que lo componen, pareciera que menos observador, menos grueso resulta el tamiz por el que es filtrado, o el interés en escasez, notoriamente desproporcionado al que uno esperaba en base a la meritocrácia.

Podría colocar al problema en un plano en el que la más rutinaria de las explicaciones lo solucionarían. Podría, pero sería como revisar las respuéstas de la última página, engullendo y atracándome sin saborear el placer de mis errores.

Los restos de mi sanidad mental me lanzan alaridos cada vez que recurro a métodos y pasatiempos como éste. Alguna parte de mí está aterrorizada ahora. Ella sabe que puedo deshacer mi alma en un segundo. Y se sumerge, y me arrastra a la sombría satisfacción de lo inúsito en una danza sinuosa, trastabillando entre el pánico y el delirio de la enfermedad.
Y, ¿qué puede arrastrar el viento consigo, que sea capaz de helar mi sangre y acelerar mi pulso a modo que pueda escucharlo borbotear detrás de mis orejas?
¿Por qué me agobia un nerviosismo frenético cada vez que llega la hora en que el sol desaparece? No busco formular respuestas. No necesito verbificarlas para poder palparlas debajo de mi lengua, en los bordes del pecho, o en cada una de mis vértebras. Ahí están, como delgadas agujas congeladas incrustándose intermitentemente para recordarme quién soy.

Deberías de una vez comprender que renuncié a lo habitual.

¿Quién soy? Es otro de mis dilemas internos que surge a partir de la constante inquisición a la que me condiciono. No tanto yo como ellos. No tanto mis soledades y sus propios ecos, que vengo a exponer, como así la espontaniedad fingida en respuesta a un estímulo que jamás deseé recibir.
El reflejo de ese espejo no contiene los detalles más significativos de mi escencia. No así tanto como mis sueños. Aunque no considero realmente merecedores de ese nombre a las atmósferas incandescentes y profusamente lúgubres en las que me interno con aversión y me derramo, una y otra vez, siendo consciente hasta en la última de mis células de que esa no es mi realidad, pero sin poder escabullirme del pánico que me genera el no poder correr lo suficiéntemente rápido como para no caer en ese avismo, despertando así entre espasmos y sudor frío.
Y me retuerzo angustiosamente en busca del tácto de tu mano, que se retiró hace demasiado tiempo,... firmemente convencido de rehusarte a ser cómplice de mi locura. Y me devano los sesos en busca del reflejo de mis ojos en los tuyos, nuevamente en vano. Mis íris, desgastados por la ausencia de color y vida que tu sonrisa les inyectaba, van marchitándose, y opacándose al son del tiempo en el que se extiende tu silencio.
Y me repliego en mí, y me contraigo. Y ya no opino. Y ya no me defiendo. Y ya siquiera puedo asomarme a través de mi ecplipse. Y no creo. Y tampoco me inresesa, ni llama mi atención.
Plegarias que se asoman a la cohesión intentando ser entendidas, en busca de las breves inyecciones de paz que una voz melódica y armoniosa puede transmitir.


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Aguante el drama, guacho.

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