jueves, 22 de diciembre de 2011

La tormenta

La amarga sinfonía de la angustia acongojada en el cubículo de esta habitación, aislada y cubierta de la ferocidad que rodea a sus paredes.
El viento susurra cosas ininteligibles contra mi ventana, que tienen el efecto de cientos de aguijones en detrimento a mi conciencia. Grita, se enfurruña contra el machimbre cubierto de chapas, nuevamente se alza, virulento, se estremece sobre si mismo acaudalando el aire en onduladas bocanadas, y da varios respingos sobre ese cielo que se ciñe a un bordó lamentáblemente opaco.
Dubitativo, abre paso a las brillantes centellas que preceden al rayo. Atronador e implacable, compacta las partículas de hidrógeno que danzan sobre él. Las pausa, las ilumina con su fuego, y vuelven a zambullirse y a replegarse en esa inagotable fuerza cíclica estremecedora, junto a esas oleadas de aire frío que las atrajeron hacia las cortinas abiertas de mi ventana.
Su fuerza, su violencia, su crueldad inútil contra todo lo que reposa en aparente paz... ¿no me proporciona, a caso, acusaciones contra mí misma? Es casi tan atroz como la debilidad de mis opiniónes. Sigue burlándose de la circulación de mi sangre.
¿De qué se nutren las espantosas pesadillas que atormentan mis insomnios?
Las recelosas repugnancias de mi amarga simpatía los dejaron escapar, sí, en ese afán de ojos vidriosos donde se apretujan unos contra otros, y todos parecen haber perdido la vida.
A veces tengo la tentación de creer que...
No. No, no puedo más que sumirme en la inmovilidad de mi egoísmo.
Con el codo apoyado en las rodillas y la cabeza inclinándose a un lado, pienso nuevamente en ellos, sus caras, todas, ahora desdibujadas por la lluvia misma que entra por la ventana sin mi consentimiento, salpicándome, sin sacarme de mi inacción.
Estupefacta... me pregunto si ésto es a lo que llaman caridad humana...
No, debe ser... es solo una vana palabra, evocada en el pensamiento y sus tapices internos. Debe ser un error. ¿Por qué debería interesarme?

Sin embargo una lágrima comienza a rodar sobre los bordes de tales blasfemias.
Una gota salada de la misma consistencia que la lluvia. Nadie jamás va a notarla.

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